
La lluvia huele a piedra,
a esos cantos rodados
que lo son porque no asientan,
para los que el tiempo existe
si al final serán arena.
La lluvia huele a hiedra,
la que enreda, la que sube,
la que por voluntad vuela
buscando la luz sublime
que alimenta y que serena.
La lluvia huele a tierra,
a trigo verde, a pan tierno
de semilla que revienta
por la llama del que elige
volver cada primavera.
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