Dijo Szasz que la locura
no existe,
que es la invención de un calambre
en la nuca idílica
de la familia ejemplar.
Nada que temer, entonces.
Mi estado sólo es el resultado de una reabsorción crepuscular
en moléculas de fondo indefinido
bailando sobre planchas
de hierro candente.
Así hacen a los elefantes obedientes en los circos,
círculos endemoniados
por el calor del suelo que pisan.
Pero la memoria de un paquidermo
no olvida fácilmente.
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