Aunque sé que debería,
se me hace difícil confinarme,
salir lo menos posible y llevar siempre la mascarilla.
Quisiera,
lo juro,
tener una casa,
pero vivo en la calle.
Si tengo que ser sincera,
mis noches ahora son más tranquilas,
ya no temo tanto
que me peguen, que me humillen
las personas responsables
al pisar mis cartones y no verme,
sólo tengo que esconderme de la policía.
Por otra parte,
y por experiencia propia,
aquí se puede morir de frío y de hambre,
de la angustia de haber perdido hasta el nombre,
pero no por el bicho de la corona.
Tengo entendido que prefiere sangre noble,
y la mía es roja.