Se llamaba Soledad.
Solita, para bosques y animales.
Solita entraba y salía de las nubes sin necesidad de llaves,
era el agua su natural elemento,
y la tierra perfumada de lluvia recién nacida.
La música que oía era el aullido de los perros,
el viento rompiendo vallas,
la caída de las hojas desnudando árboles
para presumir de huesos de naturaleza elástica,
el fuego que la cuidaba en las noches del invierno.
Era una caricia lo que sus ojos hacían de las cumbres y los valles,
siempre dijo que el mundo está formado por láminas doradas.
Solita escapaba de la gente color furia,
los fabricantes de las máscaras del miedo,
cubriéndose de éter negro,
como una estrella lejana.
Huía de ellos
para no estar nunca sola.