Vestida de añil,
tomó asiento,
parecía un pájaro herido.
Le ofrecí café, envolvió la taza entre sus manos,
dijo que tenía frío.
“Está nevando”, contesté,
y me observó desde lejos.
Conocía esa mirada, ahora llegarían las lágrimas,
como hiedra que busca el centro de la tierra
para esconderse de sí misma.
Sin embargo, las alejó con un gesto indefinido.
Frente a frente, mantuvimos una conversación sin palabras,
sin nada que pudiera confundir a la nieve, que seguía su camino
sin preguntarse por qué existe.
Agradeció mi abrazo al despedirse, prometiendo otra visita.
“Cuando quieras, sabes que estás en tu casa”.
Y desapareció tras la puerta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario