Ahora
que los años
han
gastado su dibujo en carreteras
y los filos de
los vértigos son escamas
de serpiente bendecida por el sol.
Ahora
que la sangre recuerda y siente,
que
reímos por lo mismo que lloramos,
sin eco ni laberintos,
es
fácil vivir contigo y saber
que aquel encuentro no
fue desgracia,
sino afán de un dios menor.
"Esperan su comida",
dices mientras abres la puerta a los gatos callejeros,
que piden,
como
todos los días,
su porción de eternidad.