Callados,
como aquellos que observan su propio velatorio,
indiferente y vacío,
manos sólo usadas para aplaudir tragedias,
santos óleos en fila india,
brote,
rebrote,
imbéciles apocalípticos,
liberticidas,
suicidas en cómodos tributos diarios,
sustento para el monstruo que ocupa sus cabezas.
En la otra orilla,
corazones latiendo más deprisa
de lo que avanza su fábrica de muerte.