Subo
a través del bosque y alcanzo
la
cresta de una loma altísima
-comparada
con la medida vertical de un trébol-, y veo
una
sombra en ángulo con un cuerpo de sincera estatura.
Cuando
dice su nombre, escucho una canción de cuna
en
la cueva donde nace un río eterno suicida.
Tiene
mirada ojo de cigüeña volando sobre metafísicas.
Habla
de su desierto,
le
respondo que el sol todo lo puede,
como
hacen los extranjeros
en
no importa qué tiempo y lugar.
Adiós,
adiós, nos decimos antes de bajar,
cada
cual por su camino,
hacia
el llano de los seres sin color.
Pero
ahora sabemos que somos dos,
quizá
tres,
los
que vemos fantásticos animales
en
la forma de las nubes.
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