Mi estómago me pide algo.
Inquieto, se revela en apetencias extrañas...
Me lo pienso.
Comida, no puede ser otra cosa.
Doy un bocado y quiero vomitar.
Entonces, no es eso.
¿Qué me pide el centro de mi cuerpo, sutil equilibrio
entre infierno y cielo, ramificado horno con salidas a lo
insondable, escalera que sube o baja, según la intención
de un caballo sin herraduras ni bridas?
Puede que me pida paz.
Paz y tiempo para pensar.
Ahora no puede ser.
Que se lo pida a la equidistancia, que se lo pida al caos,
al teorema de Pitágoras, a la mandrágora que oculta
su silueta bajo el árbol de la ciencia,
a la mañana infinita, a la poderosa hierba,
la mano de Fátima, a algún libro de auto-ayuda...
Ya me lo dirá, si encuentra lo que busca.
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