Mis ojos miran tu estancia rodeada
de caras reconocibles, héroes de Frisco, hielo de New York,
carreteras y dos ruedas,
burning en explosión de barrio
con el pene hinchado
y gafas de sol rojo
para que no se aprecien las pupilas
como puntas de alfiler prendido
en placa de corcho.
Y en medio de todo esto, alguien pasea su manto de armiño
y Joe Walsh no para de sonar... vale, que pare ya...
¡remolino!
Ahora una voz al centinela, que nos hable de cuchilladas
blancas por el magnesio para alcanzar a manos y pies la cumbre,
majestad de iniquidades,
"escupid sobre su tumba",
soledad de soledades...
(La espinosa aldea protege el amor de la fecunda,
reluciente lumbre. Baruch se pierde en el brillo de las lentes pulimentadas)
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