
Una mano espasmódica como vibración multiplicada
asoma su sonrisa ante mi espalda.
La música eléctrica se mezcla con la luz desfallecida
del flexo de la habitación en jerga soberana
haciendo enmudecer el tráfico de influencias
de la botella que descansa silenciosa y vacía.
Círculos concéntricos y miles de caras
arrasan mi memoria.
arrasan mi memoria.
Alzo mi última copa y brindo por los ángeles caídos
de una generación perdida
entre los pliegues de la estepa solitaria,
tierra de lobos y de serpientes.
Mi mente se abre y veo el tiempo
que sólo existió en la imaginación
que sólo existió en la imaginación
de unos locos que escaparon
de la cárcel invisible de la realidad absoluta.
Es la sombra del río de lava incendiaria que baja
por montañas de neuronas,
perseguidas por el sistema incongruente
paralizado en el odio a la semilla.
Las estatuas se derriten sobre el asfalto
cuando los cerebros intoxicados
elevan sus ojos a un cielo sin estrellas.
Invento de nuevo la cinta exquisita
que sujeta mi pelo enmarañado
para que sus hebras no desborden el límite de la esperanza.
Y en un segundo infinito, el mundo se desvanece
en las pupilas brillantes de unos ojos de gata.
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