
No puedo creer siquiera en la penumbra
que acompaña mis ideas lacerantes,
llagas marcadas por el decrépito devenir
del ruido de aquella voz silenciando la mía
a golpes de gritos, órdenes, amenazas y mentiras.
Obedecer no puedo, soy un problema,
la astilla en el ojo del vigilante, río desbordado
en época de sequía, serenata prendida en el
limo iluminado por una luna sombría.
Inesperada y vana la pregunta
que se adueña de las cúpulas del pensamiento
cuando recreo el pincel inmarcesible de la gloria
en el cénit ascendente de la feroz agonía.
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