Ser
árbol,
abrirse
al aire y al centro
de
pasos sobre témpanos de tiempo
con
el ritmo de una pluma que viaja
por
el gusto de ser ella,
hacer
de la noche orilla donde posar el cuerpo;
del cuerpo,
rito de
un mundo salvaje.
Sin
mover un músculo,
que
ni un minúsculo vuelo de pestañas
origine
una tormenta,
atravesar
mitos y cavernas
alejando
sombras hasta ver semillas
que
todo lo contienen.
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