Tápame, madre,
decía
la niña,
por
esconder sus piernas
vanas
de vuelo,
por
no dar más pena al miedo
que
soportaba su calle;
un
girasol en una noche sin luna,
cielo
caído
en
tierra movediza;
nadie
de
los pies a la cabeza,
un
mañana ceniciento
y
un pasado de cenizas.
Era un
fruto español
de
la posguerra.
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