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Niños jugando, Oskar Kokoschka |
Es en tus huesos donde mis dedos se anclan
para evitar que la mano del aire
me levante del suelo.
Me cantas al oído cuando cuentan mis pestañas
que el miedo ha regresado
y no quiere irse del bolsillo de mi abrigo.
Sabes por qué no salgo a buscar el límite de un vuelo,
y me reparas las alas que se rompieron
en la última tormenta de rayos pálidos, hirientes.
Adivinas
que quiero que me hables
de cuando éramos niños y no temíamos
ni muerte ni principio de los días,
no existía nada que pudiera contenernos
en un frío molde de piedra.
Juntos, hiedra que siempre subía.