Bajan estrellas de mínima gravedad,
pequeñas coronas sin prisa,
particulares lentes iluminadas por los rayos
de un sol de invierno.
Revela cada una, mirándose en las otras,
colores en curva que desde aquí no puedo ver.
Volverme,
pienso,
sólo darme la vuelta,
deben de estar a mi espalda,
seguramente.
Pero no me muevo,
delante se muestra una órbita ajena al principio y al límite,
aceleradas sus luces distintas,
combinación de la que nace
el perfecto símbolo entusiasmado.
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