Trapo de dos colores primarios condenados a enfrentarse,
rotos por la mitad cada uno, llorando sangre de soles,
soles de sangre,
incapaces de fundirse para dar a luz naranjas pleonásmicos,
de ofrecer lugar y sitio a lo dicho de otra forma
por muchos otros colores.
Somos quejío siempre, castañuela tartamuda,
mancha de semen solitario en la cama sucia
de una pensión barata, toro y espada defendida por Sabina,
que cantaba a todas las princesas yonkis del barrio
antes de ser bufón de la corte.
La peste sabe que la historia duele,
y contagia a los más pobres.
Los otros disfrutan de las vistas sádicas
desde su ventana de palacio,
ese Moloch intermitente de mandíbulas prognatas
con borbónicos colmillos afilados por tarjetas negras
que perfilan rayas de cocaína.
Vomito arco iris contra los primus inter pares.
Algo así no se puede querer, no se puede hacer que forme parte de una misma, a no ser que el sado-masoquismo haya ganado la partida o le vaya a una muy bien con el mal de casi todos. Lo sano es no amar a quien te hace daño.