Tomaron
su historia y la pusieron en la jaula
de
los pájaros muertos,
cerca de sus manos pálidas
de espera:
le
impidieron pulsar el primer rayo
de
un sol que cumple su promesa
de
cambiar mil veces de vida;
pretendían,
con
el rígido esfuerzo del que ordena,
secar
su frente de apenas noche,
de
apenas cobre que besa
los
labios abiertos del color del mediodía,
conjuro
que cubre el rastro
del
gusano de la guerra.
Marcaron
las cartas por ganar a todo precio
presidir
la mesa
en
el festín de los idiotas;
Pero
el halcón vuela hacia la cumbre,
lo
vería aunque le dejasen ciego.
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