Un arma,
convencida
por veneno equivocado,
avanza
en contra de la sombra que persigue,
aunque
no quiera saberlo.
Va
en busca de lo tibio y de lo bello,
asustando
al viento
con
su su ojo de gigante resentido.
Un lobo
observa
desde antiguo su propuesta:
nada
a cambio de perder la vida,
reino
del pasmo y del vacío
en
la ciega pendiente de la inercia.
Espera,
paciente,
sobre
roca destinada a los aullidos,
piedra
que escupe a quien no tiene nobleza.
“Ahora”,
dice
el rayo que ilumina
el
ardor de un rito enamorado,
y
desgarra al asesino,
volviendo
luego la voz al cielo.
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