No
siempre la pena de una herida detiene su prisa
ante el mar que se mece en una copa de cristal roto.
Mueca de irónica sonrisa
detrás del gesto,
los
ojos vueltos hacia una noche tan vieja como el sonido de la guadaña,
Lázaro se encarna en forma de memoria.
Árboles
y nómadas,
imposibles princesas,
acueductos
y trincheras,
olor
a orines,
cimas
y vegas de cemento armado con
calcio luminoso,
cuerpos
aplastados de colillas,
nieve
sin copos, máquinas y
máquinas
y
máquinas:
es
bueno saber que no todo está perdido.
Agradezco
y no abandono
desde éste
mi camino a casa.
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