Lánguido, perezoso se asoma el sumario
de partículas reestructuradas por el fuego.
De la hoguera revientan capullos de gloria
en incandescente serenata y se adivina el alivio
del luto en el rojo, en el naranja,
en el amarillo que sus dedos despereza
para que el calor reviva la sangre mutilada.
Vuelve el incendio a revisar los rincones
de mi casa, a beberse mil lágrimas
que quedaron reclinadas
entre ángulos romos,
esas esquinas sin carácter.
El fuego libera hemisferios
y quita valor a los fantasmas,
que sólo existen en nubes,
en el vapor del sueño del olvido,
en tóxicos de húmeda síntesis,
en algún recuerdo sin entrañas.
Y esboza la llama,
entre líneas y rizos,
un billete hacia el sol.
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