Las luces apagan las estrellas, esas bocas de dioses cálidos
que cuentan historias dentro de una noche de invierno.
En las simas abisales no se ve nada,
ni rayos ni oriones ni osas erguidas comiendo el fruto del árbol más dulce.
Se asombran unas criaturas contra otras en el bosque oscuro de sus aguas,
se alejan despacio, se llaman luego
con voces lánguidas y graves y extrañas.
Una lámpara encendida es cerrar el cielo del fondo de los mares.
Atacar farolas,
como quien abre las ventanas de un castilllo de arena.
Romper a pedradas los ojos muertos de las cámaras,
para ver latir el cerebro de las alcantarillas.
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