Nacen de un hombro impreciso de la noche,
muy despacio,
para incendiar el cielo con modestia,
las auroras;
son de ellas las claves de la alquimia,
suyas y caudal para su sangre,
porque un suspiro del propio aire
las convierte en fuerza
de un blanco limón que estalla.
Iluminan conciencias,
las madrugadas,
revelan los secretos
de una clara canción golondrina,
y si el día ya no corre y sus canas pesan,
si ya no se acuerda más que del ocaso,
soles pequeñitos,
como yemas impacientes,
esperan al otro lado
del espejo.
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