Enciende las auroras,
luz de rizos largos y almendras en los bolsillos,
remolino que surge del mismo corazón de la aceituna.
Mírame cuando hagas tibias las aguas
y tu perfume, claroscuro de ramas,
abra nidos de ratones, agujeros
en las entrañas amargas de la hiel de los rocíos.
Acércame el despertar amable
y quemaré hierba sagrada por la salud del humo
de todas las nieblas, ese velo sin dirección ni lamentos,
blando reflejo de girasol dormido.
Pero deja que antes me vistan oscuros tintes,
que sean tan estrechas las pupilas como el trayecto
entre mi beso y mis labios,
que una dimensión sin prisas
me abroche los botones del abrigo.
Índigo y negro, hijos de un cisne,
merecen que el tiempo se canse,
y se vaya,
y que los luceros sean
cantos rodados estallando para ser arena.
2 comentarios:
Con la boca abierta. Precioso es poco. Podría decirte algo más...pero deja que antes...lo saboree.
Podríamos hablar de merecer. Gracias, Buri, a saborear la vida.
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