Me
lavo la cara
frente
a un espejo de nieve y
me
siento, me levanto,
abro
la puerta y salgo
hacia
un lugar que no quiero,
está
lejos el monte,
que
no quiero,
está
lejos la fuente,
que
no quiero que exista.
En
ese templo,
tal
vez la noche,
una
mano alambre,
quizás
el día,
busca
al más amado
por
el dios de la gran angustia.
El
miedo recorre
todas
las espinas vertebradas.
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