Caen cuerpos como platos,
como ojos abiertos contra torres heridas,
casi pidiendo perdón
por la molestia.
Algunos no saben salir de la superficie;
podrían esconderse bajo un pliegue del asfalto o bien
confesar su dependencia, acelerando el final que temen incluso más
que a las moscas de la carne.
O bien reírse mientras se mueren.
Otros extienden los límites de sí mismos,
sin nombrar apenas el dolor de su nacimiento.
Caen cuerpos,
y los perros de las lunas,
y los niños del diablo,
y los locos y los magos,
siempre miran al oeste.
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