Los llevaron a tientas y a sollozos,
electrificados,
a los dedos del día moribundo.
Caravanas planetarias, gestos de goma tensa y
pinzas de cangrejo, todos de blanco sujeto a las pieles trémulas;
escamas para no saber quién era el espectro de la ocupación.
Un perro aullaba distancias,
haciéndoles volver,
sin ellos,
a la puerta que no había.
Todas las celdas iguales: a pesar de los cerrojos,
un accidente en la cuerda del único reloj distraído.
El perro parecía estar llorando...