Ya escucho los cantos de las sirenas desde la orilla.
Música que invita al baile de las algas,
otras fronteras con sonrisas de poniente,
vientres profundos que no le temen al agua.
[Ulises no pudo perderse entre las olas del tiempo,
su cuerpo no quiso ser
eterno descubridor de asombros enardecidos
entre corales verdes,
pater incólume amarrado a la columna de sus llagas]
Sirenas que cantan en dorados y en simientes,
que cuentan a los difuntos un cuento en el que la vida
pervierte la rigidez de lo inmóvil,
sagradas notas que alzan por encima de olivos
y nubes rotas sus cuerpos mutantes cada vez que se las siente,
cada vez que se las nombra con nombres que aún no existen.
Ráfagas de gotas envueltas con lirios transparentes
defendiendo una estrategia de voces polarizadas,
alucinación constante, ojos abiertos,
bocas que abrazan el instante que no muere.