Animas el principio con el aroma de tu sangre y no te desentiendes de los ruidos, del mundo
que cabe en unas manos, tampoco sugieres, haces resquebrajarse los latidos
en campanadas cercanas, no hay sobrenombres, sino el ombligo de las ciudades subiendo
a las antenas repetidoras, suena mejor la música contigo, se aterciopela el taladro
que horada las sienes, incumples los trámites saltando de hora en rama hacia el tacto
de las entrañas de las uvas, racimo ebrio de roble antiguo emboscado tras el vidrio,
surtes de llamas el abrigo y los poros de la lengua chispean de levadura al levantar las aceras
sobre hombros de viñas primitivas. Tanto como el caldo cultivado para salir de los pecados
y entrar en los símbolos abiertos. Allí no hay señales de peligro ni avistamientos extraños,
formas la parte de un todo color corinto con chispas de mercurio deslizando las bujías que te adornan
por callejas vestidas de fiesta en honor a la vendimia y a Dionisos, protector de las bacantes
que danzan en auxilio de la pesadez de los días. La recta es curva y la línea se acostumbra
a dar libertad de movimiento a los puntos que la forman, fuera hormas y hormigueros,
cada cual es un reino incrédulo a normas y agasajos, hay risas, hay llantos y exequias imprevistas,
renacimientos, auroras y páramos en donde crecen palmeras abisales.
Triunfo del ciudadano sobre las tribus malditas.