Hay
una hora,
no
sé si anciana o recién nacida,
donde
no existen palabras en idiomas
de
espacios conocidos y en la que los himnos
ya
no interesan a nadie.
Mirar
es paloma,
aunque
parece flor de romero,
la
llave es un continente
que
no sirve para nada,
sonido es eco
sobre
alas minerales,
el
azul es evidentemente marino.
Esa
hora escapa,
en
busca de sí misma,
a
través de las paredes.
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