Sale
de la cueva
con
esa voluntad que no se alcanza
más
que por instinto,
suyo
por un regalo
de
las que fue antes;
que
liba hasta de los cardos,
todas
las flores son bellas, y cualquier vereda
puede
ser su amiga.
Un
saco de viento,
sin
la gravedad que otorga al peso la física y botas
cuatro
números más grandes,
por
hacer sitio a las plantas,
es
cuanto tiene, a
la espera del
sol que nace
en el baile de los átomos.
Y
cuando sea polvo su materia,
volverá
para espantar al miedo
que
no deja dormir a los niños.
Una
y otra vez,
hasta
que desaparezca.
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