Abro
la puerta y entran hojas
que
no quieren más tacto
que
una caricia,
llevan
espadas en alto
defendiendo
su postura;
son
tan fuertes los cuerpos de los que nacen
como conciencias en calma,
forman un pueblo
de flores y plumas,
hongos
y piedras que
consuelan
a una tierra castigada
por
su cara de carbón:
hace
tiempo le abrieron el vientre,
sobre
el que ahora crecen
árboles
de alzada chiquita porque apoyan
bailes de planetas,
nieves
del mismo peso
que
el fin último de la vida
y al viento Aquilón.
Es
un bosque de encinas,
si
algún día cambio de norte
lo
guardaré en la caja
que
siempre va conmigo.
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