Cerca
ya del abismo,
el
sádico anima a su masoquista
a
ganar la carrera;
le
dice que no dude en pisar al contrario
hasta
que le sangre la cabeza,
partirle
el cráneo
por
el simple gozo de tener en sus manos
el
premio a... no sé, un premio.
El
consuelo para el resto de la vida
vendrá
luego:
escuchar
un alarido en la línea de meta.
Eterno,
pero
sólo hasta que no queden
metros
de caída.
Después
se verán el arco y las nubes,
caballos,
raíces sin más bienes que la tierra
y
gente que hasta entonces había estado escondida
en
las montañas.
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