No
es una cita con soledades en penumbra
de penitente humillando la
barbilla:
es la luz que lame los pezones de la idea.
La
hora en que los niños salen libres de la escuela
para comer la
tarde infinitamente verde,
corriendo más
allá del peso y la medida;
la goma que borra los tachones de su
tiempo
para
escuchar música que llega
de algún espacio perdido.
No
es un yo retirado,
no es un tú diamantino,
no es un nadie
haciendo nada,
ni hablar menos de humano que divino.
Nosotros,
saltando sobre los abismos
para cruzar a la orilla que dicen los
muertos
que no existe.
A veces le llaman poesía.
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