No recordaba la historia que suelen contar las noticias.
Ni olas ni frío ni rocas, chalecos salvavidas o mantas contra la hipotermia;
a él volvían a atraversarle sonidos a hierro forjado en óxido líquido,
temblor ante una maraña de redes de arañas de trampas de luces talladas
en plomo y venas secas amarillas, temores absorbidos por la pena
de una sombra sorprendida de ver tanto miedo, y un perro
-asustado por las voces nocturnas de los grandes, los enormes,
los gigantes de mirada acostumbrada a reflejar la locura
que olvidó su ser primario-,
aullando a la luna, si ha muerto un amigo.
Volvían
el hambre y la rabia, el grito de la selva si está en llamas,
parecido al canto de un ave ardiendo por nacer
de la primera mujer que lloró a sus muertos, y recordaba,
como si nunca hubiera pasado, la nube ácida
que gira siempre en el mismo sentido.
parecido al canto de un ave ardiendo por nacer
de la primera mujer que lloró a sus muertos, y recordaba,
como si nunca hubiera pasado, la nube ácida
que gira siempre en el mismo sentido.
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