Esta
escritura de talla mínima concéntrica no puede contentar a todo el
mundo.
A veces lo intento, por ver cómo se ve mi rostro en un
carnet de periodista;
o empleo las mismas gastadas palabras de
siempre, porque no es difícil
poner ojos de fastidio
nihilista. Lo que nunca se me ha dado de lujo
(Ovidio, tío, lo siento) es contar
cómo late la entrepierna del corazón de la mente,
cuando va a
llegar el elegido. O cuando ya se ha ido el interfecto.
Eso es algo
tan de mí para mí sola, que ni mil Nerudas me convencerían
de que
es estupendo aventarlo sobre campos metafísicos
de un amor
desesperado y en poema.
Me ronda el presentimiento de que mienten como bellacos los que hablan
de llegadas o de ausencias y nunca de lo que sube el pan
cada quince días.
A lo que iba: que me da igual casi
todo, hasta cierto punto.
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