Su
voz es de terciopelo, oscura;
parecida
a la cabeza de un cigarrillo alumbrando
lo
que nunca ha de saberse.
Las
manos a lo Steve Winwood, tiene clase.
Y
una cicatriz en el labio.
En
otro tiempo, le cambié sus mentiras por las mías
sin
vacilar ni un instante,
me
gusta el gesto de su frente,
señala
prohibido el paso;
las
botas gastadas, la mirada de garza libre de su suerte,
el
giro elíptico del cuello,
cuando
no quiere entrar en batallas
que
ganaría.
Se
mueve
algo
que nos unió por las venas
en
otra vida de neones reflejados en asfalto,
pero
no hay ganas de revisar deudas,
más
nuestras que el interior de los huesos.
Pago
la copa y me alejo
de
lo tanto conocido.
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