Todo
el mundo opina que no merecen otra cosa. Han construido,
con
dedicación antimecánica, una educación del sentimiento sin permiso
que les llena el tramo que existe entre el corazón y la garganta de
estrellas alboroto árbol de aire,
por eso merecen
desertar de las batallas que tengan
otro fin que la solución del contratiempo,
por menos no se ensucian
las manos. Todo el mundo piensa
que en sus actos está su castigo,
que nadie debe atreverse a observar a Dios de frente
y guiñarle un
ojo y después aconsejarle que no contravenga
las leyes vestidas
de aparato eléctrico violeta.
Todo el mundo los mira con lástima, siempre están en el exilio,
cumpliendo el destino que ellos mismos fabrican.
Pero también siente todo el
mundo, al verlos, el peso
de las sombras atadas al tobillo de
todo el mundo, y la contracción espontánea,
sospechada pero escrita
en extranjero para disimular su cadena,
consigue calentar el acero de
su odio, y entonces escapan, nada les merece
esa pena.
A veces, miran despacio cómo pasa el río por Ofelia,
para
después mojar sus pies en el agua nunca la misma, dejando huellas
que una tormenta besará hasta dejarlas como si nunca hubiesen sido.
No entienden cómo no se llenan las noches de gente,
para dar gracias
al olvido y recordar hasta el más mínimo detalle de cuando
eran
sólo peces dentro de una bolsa con comida,
aunque tampoco es el caso
de ofrecer especial interés al hecho,
para ellos está claro que iremos solos
hacia la soledad más extraña,
como si
todo el mundo nunca hubiese estado.
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