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Allen Ginsberg, tras leer las críticas oficiales a su poema Aullido:
"La poesía ha sido atacada por un aterrorizado hatajo de ignorantes y pelmazos que no comprenden cómo se hace, y el problema con estos cretinos es que tampoco la reconocerían si se les apareciera en mitad de la calle y se los follara a plena luz del día."

miércoles, 5 de julio de 2017

Los nadie


    No pretendían que fuera un hogar, pero les hubiese gustado llamarle casa. Eran exactamente lo que nadie quiere cerca. Unos les tenían lástima, o eso parecía, pero al menos los dejaban en paz; otros sentían contra ellos una rabia tan irracional, que era capaz de atravesar las paredes de aquel edificio ocupado. Quien más los visitaba era la policía, pero sin uniforme, como el que llama a la puerta de su abuelita para tomar un té por la tarde, pero sin abuelita, sin té y sin la relajación de la que se disfruta en una amable reunión de familia. Además, aquellos sabuesos, gendarmes, centinelas de la ley y el orden que recorrían los bares de los alrededores con chupas de cuero y una mano siempre ocupada en ser el recipiente de la mezcla de tabaco y haschís que con ayuda de la otra mano no tardaban en dar forma cilíndrica, gracias a un papelillo de liar, solían llegar por la noche. Hubieran podido ser algo más discretos, buenos investigadores de lo paranormal, como les enseñaron en la academia, pero les podía un cierto complejo de superioridad, surgido quizá de la necesidad de adormecer su mala conciencia, un orgullo malsano de separación entre ellos y aquello, un soterrado desprecio que en ocasiones dejaban caer sobre el suelo del pasillo, poblado de habitaciones a ambos lados de su larguísimo trayecto, de los que en algún sitio tenían que vivir. 

Cuando se iban, los ocupantes de aquel edificio abandonado a su suerte desde hacía más de treinta años, un edificio que nunca importó a nadie, hasta que llegaron ellos, pensaban cómo sería el final. Podría tratarse de un incendio, una redada antiterrorista, el ataque de un OVNI o una plaga de sensatez que les contagiase el partido político de izquierdas que quería controlar el barrio poniendo al lumpemproletariado a barrer iglesias y a dieta de vicios. 

Lo seguro era que no tenían salida.














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