Me
sitúa en el impacto
de la mitad de la caída.
Su
maldición consiste en la transitoria eternidad
del desconsuelo,
como
un marino pensando quién se comerá su cuerpo
sobre
una balsa de medusas.
Se
impone, nadie le pidió que saliera de la cueva,
surge
por sorpresa y asusta y
parece un cráneo vengativo arrojando
aliento helado
con la negra luz de
sus dos cuencas vacías.
Es
una guadaña espantando a las flores.
Me
da igual aquel día que se empeña en recordarme,
los
hechos, los detalles, desarrollo y resultado,
pero
no quiero sentir de vez en cuando algunas veces
a
la muerte presumiendo, arrogante,
de
caprichos satisfechos.
Me
gustaría decirle que no es así
como
se hacen las cosas.
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