Era
menuda de cuerpo,
imponente
su mirada khol y menta,
de voz pluscuamperfecta y grave
como golondrinas que no vuelven,
como nana cantadada por hoja de roble
en
la primera noche del mes décimo.
Su
cabello brillaba en rizos rojo henna
y adornaba un tatuaje, flor de oro,
el envés de la mano del lado del corazón izquierdo.
Abría,
y
entraba el Atlas entero
-con
el
Jebel
n'Tarourt, el Jebel Toubkal y el Irhil M'Goun dirigiendo el asalto-,
el
atardecer morado y el delirio de lo que comienza.
Era
la Venus del Raval,
aún
se cuenta en la calle donde mataron al Noi del Sucre
que
sólo a ella veneraban los convictos.