A
una hora de manos frías,
despierto
en gotas de cristales.
No
sé cómo es la luz de esta madrugada,
la
que llega vestida de agua, no existe,
mis
ojos imaginan una claridad demente metalizada
que
no sé dónde reposa.
Nada
se mueve, salvo un coral esqueleto
dirigiendo
su presencia insuperable hacia sí mismo.
Recuerda
al brillo más anciano
lo
que pueda ser detrás, amaneciendo.
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