Cada cinco, tres,
diez o siete años,
se cansa y desprende
la mínima duda que gusta de nada,
ni pensar siquiera en
el octavo deseo.
Es entonces cuando crecen zarcillos en el cráneo,
suben hacia los ojos más altos
de las constelaciones
-muertas cada dos, seis
o cuatro instantes de doce ciclos de fuego,
nacidas otra vez y vagabundas.
Son tan brillantes las pieles nuevas,
que al cubrirlas se oscurecen,
nueve veces,
once espacios en un día.
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