Llegaron de repente
los ojos de acero,
pero no le pareció un hecho significativo.
Conversaba,
en un callejón insomne,
con su desnudez herida por la escarcha.
Decía,
con una voz volviendo desde dentro
(como si saliera de su estómago o de alguna víscera emigrante),
preferir el origen a las interpretaciones;
después hablarían del buen salvaje,
mientras alguien era pasto del fuego en la síntesis del laberinto.
"En estos momentos debe de estar gestándose un cometa",
opinó la ceniza, antes de dividir sus átomos
entre nueve flores.
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