Me gusta el ruido blanco de la corteza del aire.
Lo cuido porque me lleva a su conversación infinita, a veces;
a veces tan escondido bajo sus alas de metal blando.
Es comunión verdadera, como la vez que dijo en silencio, hace tanto,
que no es pecado romper todos los relojes, que no son ángeles ni santos,
sino demonios vestidos de números, uno tras otro ídolos que mienten.
Sigo sin saber cuántas horas me separan de aquél para siempre
que voy cumpliendo año tras año con el asombro de un niño riendo
sin saber por qué lo hace.
Guardo ese momento, con él voy al día nuevo,
moribundo si me observo en la nada de una lágrima perdida en el absurdo,
si quiere el infierno que la pausa se me quede en la garganta
matemática de las ecuaciones. Pero cede,
se disuelve en la distancia
para seguir al sueño de aquella noche
de aquel eterno verano.
de aquel eterno verano.
2 comentarios:
Qué bonito ruido...aunque suene a melancolía...
Me encanta. Plas plas plas plas
Un ruido que trae aromas por los que dejarse llevar
Sí, ese ruido merece la pena, al final se hace canción.
Publicar un comentario