Con él galopan cebras amarillas,
y otros seres extraños
bailan sobre sus hombros mares del norte
de los árboles, muro contra el petróleo
que pesa en las pestañas lacias
de un domingo triste.
A su paso nada muere,
nació sabiendo que la jauría es humana
en la noche de los siglos,
y quiere aprender
a negar el tiempo un mediodía
de cualquier verano.
Porque un semáforo es un absurdo repetido,
ave sin oxígeno, sin alas,
sin pájaro sobre su sombra larga
de guardián del cementerio.
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