Tiene surcos en la frente y la coronilla de un niño
empujado en la espalda por el viento,
el gesto trágico del temor a las auroras
y un encuentro con la muerte en una cama
que aún describe a los que llegan
sus abrazos de amante insumiso a evaporarse
en el momento en que llamó la ausencia.
Se le abre el pecho si llueve más allá de lo que tiene
que llover el mundo,
se estremece con movimientos de humo
dentro de un círculo nutrido con milimétricas certezas
que nacieron en andenes de trenes abandonados;
se abandona con ellas, ríe y luego sube a los infiernos
porque quiere besar en los labios a una sima en una cumbre.
Es Pan tras el ángel arquero, calma cuando callan los colores,
para escuchar el eco que ya no existe.
Candil en el interior de un sombrero, la vorágine implacable
de un caos en su justa medida.
2 comentarios:
La imagen enternece y llena de tristeza, será que se presiente abandono? quizás...
Abrazos Su
Se le parece, pero yo creo que es conciencia de los cambios. La costumbre ofrece seguridad, pero eso no existe. Feliz de encontrarte, Anita.
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