Llenas de aire suspendido entre dos aguas,
de lazos de mercurio elemental,
las manos de la tarde se abrazan a los cuerpos
como el árbol que sabe hasta dónde llegan sus raíces
cobija a las aves peregrinas.
El invierno es una grieta en párpados de monolitos
para que vea lo rígido
una luz perdida entre sueños,
tímido y blanco se adivina su pelo
tras el mimbre de las nubes.
Tierra adentro, cuerpo adentro,
adentro de todo sobreviven las sales,
los fermentos y las direcciones
del líquido nacido del ombligo
que hablará con las estrellas.
Ahora es el tiempo de la sangre lánguida.
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