Los montes se hacen sombras en el horizonte de su frente.
Sobre los huecos impávidos de las sienes,
fiel asiento de las manos,
una lluvia ácida ha borrado el camino
durante la última noche,
recuerda,
la de los tres mil años.
La duda olisquea en el ruido
las huellas de lo que haya podido extender su influencia fuera
del límite que le corresponde.
Desde su boca, horno de barro para panes candeales,
arroja señales sobre el pasamanos para que nadie extravíe
el recuerdo sin espinas del olor del trigo caliente.
Sus ojos me dicen que te piense en racimos de astros marinos
con la solución dibujada en su esqueleto
de calcio poderoso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario