Hinchadas por los golpes
contra la pared,
sus manos eran el idioma de los parias:
palabras moradas en frases de articulaciones
que no sabían decir las cosas en silencio.
Gritaban como exiliados en ciudades elegantes
haciéndose las ofendidas
por el escándalo de aquellas voces extrañas.
A veces los dedos eran apariciones,
ángulos siniestros,
patas de palomas expulsadas de las plazas
por ensuciar con ácidos
las cabezas de alguna historia fingida.
Otros días, eran líneas de sabor sanguíneo.
Pero siempre contaban que se esconde algo deforme
detrás de las excusas vestidas de confesión.
4 comentarios:
Mi amiga rebelde, llevo unos días que apenas leo nada, y me duele, pero si no encuentro el punto me veo pasando por palabras para las que apenas encuentro significado. No es justo, y menos contigo, ya que eres una de esas personas que difílmente pasarían desapercibidas para mis sentidos. He leído tu poema y me ha gustado, pero me reservo el análisis para cuando esté un poco más calmado, sobre ti no, ya sabes que me gustas un montón.
Un abrazo.
Un lujo siempre contar con tus visitas, Efe, aunque sólo sea para hablar de cómo estás, por ejemplo.
Por cierto, ¿cómo estás?
Abrazo largo, amigo.
Fariseísmo en estado puro mi querida Susi.
Tus expulsadas con ácidos me traen la imagen de las patitas amputadas, imposibilitadas de desligarse de esos horripilantes hilos.
Toy desvariando.
No desvarías, Sócrates en femenino.
Y, sin embargo, las palomas lo intentan, porque aunque sus patitas estén amoratadas por la presión de los hilos, les quedan las alas.
Me acordaba de los turcos, por ejemplo, que se han visto obligados a vivir en Alemania, discriminados y siempre cuestionados por la moral blanca. Y de las mujeres (Amina) cuyo discurso es aún sacrílego para muchos turcos.
Del absurdo de las separaciones, si somos uno. Al final, me haces también desvariar, cosa que se agradece.
Que te abrazo.
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